jueves, 15 de marzo de 2018

Ilimitada

Era esta una mujer convencida de sus capacidades. Quiso pilotar avionetas y allá iba, cruzando el cielo. Le dio luego por el tango y pocas había que bailaran con su ritmo. Así las cosas, decidió pintar fachadas, le atraían los colores y la pastosidad del material; no le costó nada meterse en un arnés y colgarse de los edificios más grandes de la ciudad. 

Cansada de las alturas, se dejó convencer por la oscuridad de las grutas volcánicas y bajaba a las profundidades con la naturalidad de quien lo ha hecho siempre, buscando fuentes y manantiales subterráneos que le fascinaban desde niña. Tiempo después, retomó los estudios de chino, largándose una temporada a no sé qué ciudad donde practicó el idioma con la misma voluntad con la que hacía todo. Allí se enamoró de un ciclista ucraniano, con el que fue a recorrer Mongolia como si tal cosa.

Reluciente de vida, a la vuelta abrió una librería dedicada solo a cómics (una de sus aficiones irrenunciables) y alternaba esa actividad con ensayar en un coro, visitar ancianos, nadar una hora al día y recibir clases de teatro japonés.

La encontré en la manifestación, tan llena de proyectos y de vivencias, que me pareció un ejemplo delicioso para un ocho de marzo.

Y para cualquier día de cualquier año.



Texto y foto, Virgi

Para Tecla, siempre en mi recuerdo.