lunes, 5 de julio de 2021

Tagaragunche, La Gomera

 


Si cuesta imaginar la vida en lugares alejados y con mínimas comodidades, cómo entenderla en una pendiente volcánica de arenisca roja, donde las viviendas se incrustan en los huecos como lapas en las piedras. Sorteando grietas y agujeros propios de la pumita, escalones casi invisibles comunican unas con otras.

 


Y a veces, ni eso, hay que ir de aquí para allá y de topete en topete, si quieres visitar el poblado troglodita de Tagaragunche, delicioso topónimo que nos retrotrae a tiempos aborígenes, cuando el pueblo gomero aún no era ferozmente dominado por los Condes de la isla, a finales del s. XV.


Aprovechando las cuevas que la erosión ha producido en el terreno, los habitantes primigenios de este lugar insólito construyeron unos aposentos sencillos, tapiando el frente, y en algunos casos, alzando dos cortos muros laterales, de forma que pudieran protegerse de las inclemencias. Una adecuación perfecta al lugar y al paisaje, preservando sus necesidades más perentorias. Visto desde cierta distancia, las construcciones parecen estar sabiamente cosidas al territorio, con una sabiduría sin títulos ni estudios, de la que tendríamos que aprender humildemente. 

En la pequeñez de los interiores nos vemos extraños, imposible imaginar nuestra vida actual en espacios tan ínfimos. Pero algo trascendental poseen estas viviendas: unos muros de piedra con toda la pinta de ser poyos de cocina, un lugar de lumbre, calor, comida y convivencia. Ese lugar que llevamos todos en un rinconcito del alma, de donde nacen unas manos revolviendo el potaje, friendo rosquetes o esperando que brinque el café, cuando algún botón desconocido nos enciende la luz de los recuerdos. Un poyo como centro del hogar, ya sea en una cueva primordial o en la más moderna de las construcciones.


El fuego que levantó estas islas también supo hacerse pequeño para propiciar encuentros en torno a un caldero, una escudilla o un barreño. Y en las abandonadas casas de Tagaragunche crepita todavía la llama ancestral que iluminó piedras y gentes, imbricadas unas y otras sobre la ladera de una montaña.


Texto y fotos, Virginia