Abre los huecos cada mañana
y espera la llegada de los vencejos.
Entran en bandadas con rumor de
cielo y nubes. Giran, chocan, pían alocadamente. Las alas negras baten sin
cesar, motorcitos diminutos de sangre caliente. En pocos minutos no queda
ninguno, se van tan velozmente como llegaron.
Cerrará hasta el día
siguiente.
Texto y foto, Virginia