El Arcángel arroja con furia su
lanza justiciera. Cruza el arma santa los celajes infinitos, atraviesa cirros,
cúmulos y estratocúmulos. Pasa cerca de águilas, cóndores, buitres y ánades.
Sorprende a cernícalos, gaviotas, cormoranes, palomas mensajeras. Entra en el
bosque, acariciando acículas, hojas relucientes de hayas, álamos, alcornoques.
La ven pasar mariposas, gorriones, palomas mensajeras, búhos y codornices.
Como una flecha eterna,
atraviesa un tejado y se incrusta en las baldosas frías de una casa sin vida.
Allí, en medio de la fronda soledosa, no
habrá de develarse por las injusticias.
Texto y foto, Virginia