La perfección se puede encontrar
en el sitio menos pensado.
Alejado de todo, después de caminar un rato y sortear
luego una vereda al borde del barranco, un humilde círculo espera para
incitarnos a reflexionar.
Con un equilibrio fascinante, las
piedras hincadas hace un largo par de siglos –o quizás más- se mantienen erguidas, pegadas una a otras
como recién puestas. Un sitio sin perturbar, a pesar de la lluvia, el viento,
las escorrentías o la segura turbulencia del barranco que en duros inviernos ha
debido lamer su base.
Una circunferencia plana, hecha con sapiencia elemental,
ajustando piedrecillas sin que sobresalgan demasiado unas de las otras. Un
murete de protección, y debajo, el
asiento corrido desde donde observar el cereal, la paja llevada por la brisa,
las bestias girando lentas, la chiquillería con sus juegos.
La perfección en lo cotidiano,
lo imprescindible. El saber acerca del tiempo y de las cosechas. Un
conocimiento heredado a través de generaciones, de los lugares adecuados, de
las corrientes de aire, de aquí, sí, pero allá, no.
Las eras que me embelesan tienen
todo eso. También un rumor distante que se escucha entre los trinos de chirreras,
capirotes y gorrioncillos. El susurro de la vida y la sabiduría que transitaron
por ella, haciendo que permaneciera, tímida, alejada y silenciosa, bajo el sol
y las estrellas.
Texto y fotos, Virginia