El Teide, esa montaña fiera y
arrogante, el
tercer volcán más alto del mundo si lo midiéramos desde el lecho
marino, se alza en medio de la isla, y nos regala cada día su imagen imponente.
A los pies, tajinastes, y hierba pajonera, magarzas, rosalillo de cumbre, violetas y retamas, codesos o alhelíes, lo perfuman y lo
adornan, en señal de respeto.
Yo voy, lo miro y lo
admiro. Como a un padre gigante, lo reverencio, y me quedo con su perfil de
fuego, de lava y basalto, mientras el cielo protege su cuerpo inmenso.
Texto y fotos, Virginia