Mi padre era un inventor curioso.
Un día se le ocurrió cambiar la salida del cucú
y el pajarillo cantaba al empezar un
nuevo mes. No sabíamos cómo lo había logrado, lo cierto es que ya todos los
meses fueron para nosotros de treinta días. Y así nos iba, faltando al trabajo,
al colegio o al médico, la agenda social no coincidía nunca con la nuestra.
Viendo la poca puntualidad familiar en cuestión
de fechas, sustituyó el pajarito por un arquero medieval. Sin tener en cuenta
las horas, y qué decir de los meses, el hombrecillo nos lanzaba sus flechas
simplemente al pasar por debajo. Hasta que al abuelo no le sacó un ojo, mi
padre no quiso reconocer el peligro.
Una mañana se levantó más pronto de lo habitual
y en lugar del arquero, colocó un tierno delfín que saltaba sobre nuestras
cabezas sin ton ni son. Era dijo, un recurso nuevo para recordarnos nuestro
origen marino.
Cuando quiso cambiar el objeto de sus inventos,
era tarde, su tiempo y el nuestro había terminado. El cucú, apolillado, duerme
en la bodega. El arquero, el delfín y el pajarillo sueñan con el tiempo de mi
padre.
Texto y foto, Virginia