viernes, 30 de noviembre de 2018

LA PARED DE LOS MAJOS




En la cintura de Fuerteventura, allí donde se estrecha y la arena dorada asciende por los volcanes en el istmo de Jandía, construyeron los majos -antiguos habitantes de la isla- una pared de seis kilómetros de largo de orilla marina a orilla marina. 






Se creía que era un límite político entre los dos reinos de Guise y Ayose, pero más se piensa en un medio de impedir que el ganado guanil de Maxorata, al norte, no pasara al sur, a la península de Jandía, impidiendo así su entrada en épocas de seca.
La pared tenía una altura de cerca de un metro y alrededor de ciento veinte  centímetros de ancho, e iba sorteando montañas, barrancos, cañadas, con tesón de piedra y voluntad de gente dura. 





Nombrada por primera vez por los normandos que llegaron con Gadifer de la Salle y Jean de Bethencourt en los primeros años del s. XV, fue valorada siglos después por René Verneau, en su obra “Cinco años de estancia en Canarias”.
En el lado oeste empezaba cerca del pueblo de La Pared, con cuyo desarrollo turístico desapareció un tramo, entre calles, edificaciones y el nulo respeto por algo tan interesante como es esta construcción. Seguía sobre pequeños volcanes, laderas de aulagas, cruzando barranquillos, subiendo repechos, hasta llegar al este, en Matas Blancas, donde también se perdió un buen trozo entre urbanizaciones y carreteras.


Cuesta encontrar el principio por la parte este, pero cuando se columbra, aparecen varios concheros de lapas enormes, pequeños bucios y robustos burgados, así como pedacitos pequeños de cerámica. Emocionante ir comprobando las diferentes construcciones que hay, unas al borde, y otras en las cercanías. Más de cincuenta, de las que pudimos encontrar unas veinte, que podrían ser abrigos pastoriles, gambuesas, goros, y también algún tagoro. Paralela a la pared se levantó una cerca a mediados del siglo pasado (cuando Gustav Winter compró la Península de Jandía) de la que aún quedan metros y metros de alambre oxidado, entre conchas, piedras, salados, tabaibas y aulagas, siempre aulagas.















Años ha que sabía de su existencia y tuvo que ser ahora, gracias a las nuevas tecnologías, que me han permitido visualizar todo el curso desde una perspectiva aérea, para luego intentar que la realidad coincidiera con lo visto en la pantalla. Solo nos faltó ver a los majos, montando piedra sobre piedra, hincando unas, enrajonando otras, con la serenidad de quien sabe que las cosas importantes son muy pocas y que sus seis kilómetros de pared (un pequeño Muro de Adriano) les sirvieron para los fines del momento, no para que ahora los valoremos en la medida que merece una obra de esta envergadura. Y así está, desperdigadas las piedras, arrumbados los teniques,  desconchados los goros.



Entretanto La Pared cruza de mar a mar, de azul a azul, entre lavas y arenas, allí, callada, tímida, olvidada.


Texto y foto, Virginia