En la cintura de Fuerteventura,
allí donde se estrecha y la arena dorada asciende por los volcanes en el istmo
de Jandía, construyeron los majos -antiguos habitantes de la isla- una pared de
seis kilómetros de largo de orilla marina a orilla marina.
Se creía que era un
límite político entre los dos reinos de Guise y Ayose, pero más se piensa en un
medio de impedir que el ganado guanil de Maxorata, al norte, no pasara al sur,
a la península de Jandía, impidiendo así su entrada en épocas de seca.
La pared tenía una altura de cerca
de un metro y alrededor de ciento veinte centímetros de ancho, e iba sorteando
montañas, barrancos, cañadas, con tesón de piedra y voluntad de gente dura.
Nombrada por primera vez por los normandos que llegaron con Gadifer de la Salle
y Jean de Bethencourt en los primeros años del s. XV, fue valorada siglos
después por René Verneau, en su obra “Cinco años de estancia en Canarias”.
En el lado oeste empezaba cerca
del pueblo de La Pared, con cuyo desarrollo turístico desapareció un tramo, entre
calles, edificaciones y el nulo respeto por algo tan interesante como es esta
construcción. Seguía sobre pequeños volcanes, laderas de aulagas, cruzando
barranquillos, subiendo repechos, hasta llegar al este, en Matas Blancas, donde
también se perdió un buen trozo entre urbanizaciones y carreteras.
Cuesta encontrar el principio por
la parte este, pero cuando se columbra, aparecen varios concheros de lapas
enormes, pequeños bucios y robustos burgados, así como pedacitos pequeños de
cerámica. Emocionante ir comprobando las diferentes construcciones que hay,
unas al borde, y otras en las cercanías. Más de cincuenta, de las que pudimos
encontrar unas veinte, que podrían ser abrigos pastoriles, gambuesas, goros, y
también algún tagoro. Paralela a la pared se levantó una cerca a mediados del siglo
pasado (cuando Gustav Winter compró la Península de Jandía) de la que aún quedan
metros y metros de alambre oxidado, entre conchas, piedras, salados, tabaibas y
aulagas, siempre aulagas.
Años ha que sabía de su
existencia y tuvo que ser ahora, gracias a las nuevas tecnologías, que me han
permitido visualizar todo el curso desde una perspectiva aérea, para luego
intentar que la realidad coincidiera con lo visto en la pantalla. Solo nos
faltó ver a los majos, montando piedra sobre piedra, hincando unas, enrajonando
otras, con la serenidad de quien sabe que las cosas importantes son muy pocas y
que sus seis kilómetros de pared (un pequeño Muro de Adriano) les sirvieron
para los fines del momento, no para que ahora los valoremos en la medida que
merece una obra de esta envergadura. Y así está, desperdigadas las piedras,
arrumbados los teniques, desconchados
los goros.
Entretanto La Pared cruza de mar
a mar, de azul a azul, entre lavas y arenas, allí, callada, tímida, olvidada.