En las rústicas repisas descansaron largo tiempo amadas alhajas familiares. Un jarroncito con flores secas, un rosario de cuentas cristalinas, las tacitas de café (regalo de boda, ah! el camino hasta la ermita cercana, los nervios de los contrayentes, la única mesa de la casa con dulces y botellas de anís, un garrafón de vinote obsequiado por el padrino), una oxidada caja de caramelos con la diadema de novia que también llevó la madre, la foto del hijo mayor en el cuartel, un sobre ajado con el libro de familia y varios documentos notariales.
Se desperdigaron los recuerdos, los devoró el tiempo con su larga parsimonia. Las alacenas que guardaban pequeños tesoros, abiertas ahora al cielo, son huecos baldíos donde leer la ausencia y el abandono.
Texto y fotos, Virginia