Tuvo que ser esa tarde, allí, cerca de
Jaisalmer, donde volvimos a asombrarnos –por enésima vez- con la historia, la
cultura, las costumbres de la India. Fuera de programa, sin conocer nada con
anterioridad acerca de estas construcciones, resultó una experiencia emocionante
visitar los cenotafios de Barabagh, levantados entre los siglos XVII y XX.
Gracias a la iniciativa de Hanu, orgulloso de
mostrarnos lo más posible de la zona, y sabedor de que era el crepúsculo el
momento adecuado, allá fuimos, cuando la piedra arenisca se matiza de ámbar y contrasta
con un cielo magnífico, pero demasiado lejano, incapaz de regalar alguna dicha
a quienes lo contemplan desde abajo.
Estos memoriales se llaman Chhatris, que en
indi significa “sombrilla” (por la forma de las cúpulas) y están dedicados a
maharajás y familiares, incluso a nobles importantes. Se erigen en el lugar en
que han sido incinerados, pero no enterrados, ya que las cenizas son arrojadas
al Ganges, el río sagrado.
La esposa principal y en algunos casos, las
concubinas, solían inmolarse junto a ellos, voluntariamente cuentan, o en otros
casos, forzadas a arrojarse al fuego, según el rito sati. La crueldad de esta
medida se mantuvo largo tiempo, hasta que fue abolida por los ingleses a
mediados del s. XIX.
El chhatri de Jaisalmer está a unos seis
kilómetros de la ciudad, en lo alto de una suave colina con un espacio verde a
sus pies, que en tiempo antiguos llegó a ser un jardín, algo insólito en un
lugar casi desértico.
Consta de numerosos cenotafios de varios
tamaños y épocas, todos con una pieza de mármol dentro que identifica al
personaje incinerado. Los primeros que se encuentran pertenecen a distintos
gobernantes, y subiendo algo el montículo, se sitúan los de sus mujeres, una
fila conmovedora de pequeños túmulos donde el sol del ocaso reverbera con fuerza,
antes de perderse en el horizonte.
Quise imaginar que los rayos luminosos que nos
acompañaron esa tarde, penetraban especialmente en los chhatris de las mujeres,
haciendo revivir con su calor unas almas sacrificadas en aras de religiones,
poder y conveniencias absolutamente inhumanas.
Texto y fotos, Virginia