Encuentro fascinantes las
palabras de origen árabe, debe ser por las historias que esconden, entre la historia
y el misterio. Como “almazara”, lugar donde se trituran las aceitunas y se
elabora el aceite, preciado y antiguo líquido que de oro pinta las viandas
desde hace siglos y hasta milenios.
En Granada, al pie de Sierra Nevada bajo el Pico del Caballo,
se encuentra el Valle de Lecrín (en árabe, Valle de la Alegría) y en él varios
pueblos como Nigüelas, Dúrcal o Padul, conservando muchos de ellos vestigios de
los distintos pueblos que por allí han pasado: romanos, visigodos, moros,
castellanos.
Todo el valle tuvo en la Edad
Media una gran producción aceitunera y contaba con numerosas almazaras, de las
cuales queda en pie y en un estado envidiable, la de Nigüelas. Al edificio
actual se le atribuye una antigüedad de más de 800 años, pues aunque reformado
en el s. XVI y en funcionamiento hasta los años cuarenta del siglo pasado, se
cree con mucha seguridad que le precedió una fábrica de aceite de tiempos
islámicos.
Convertida ahora en un Centro de
Interpretación, la visita constituye un auténtico placer, un libro abierto para
entender el mecanismo de la producción aceitera.
Desde el patio de acarreo dividido
en compartimentos o trojes, el molino de sangre y el hidráulico, que funcionaba
gracias a una admirable ingeniería para impulsarlo (con mayor o menor potencia
según el caudal del agua), las impresionantes prensas de unos doce metros de
largo, llamadas “de viga y quintal”, los capachos, las tinajas (algunas de
época romana), el almacén, e incluso, unos rústicos camastros donde descansaban
los encargados, todo lleva a una vivencia realmente poderosa.
Cuando la guía abrió la puerta de
la nave con las prensas, una turbación súbita me erizó la piel. Un espacio
imponente, para nada intuido desde fuera, donde el maderamen enorme, unido por
maromas de esparto, parecían dos mascarones de proa a punto de embestir. El
piso empedrado e inclinado, una caldera en medio, las tinajas embutidas en el
piso, numerosas herramientas y el techo
mudéjar que protege un tesoro sorprendente.
La Almazara de Nigüelas posee la
sabiduría natural de quienes han vivido sin prisas, observando y recapacitando
sobre su práctica diaria y pasándolo a las siguientes generaciones.
Todo lo que aprendí allí dentro me conmovió,
pues me sentí receptora de un conocimiento ancestral, una elaboración
sistemática, un caudal ambarino de pureza, tal cual el aceite que se ha rebozado
bajo las prensas, siglo tras siglo.
Texto y fotos, Virginia