Barrancos de chabocos arenosos, tan agradecidos que basta un
fisco de lluvia para que nos regalen un charco espejeante, donde el sol se mira
y sonríe al verse tan diminuto.
Barrancos donde el agua se mantiene y primero es marrón,
luego cristalina, después verde y así hasta que desaparece.
Barrancos de basalto lamido por aguas tumultuosas desde
milenios, barrancos de piel gris y tacto suave que me invitan a acariciar las
piedras. Yo las toco una vez y otra, sintiendo el calorcito de sus entrañas, y encuentro
entre las grietas, una fina arenilla que viene desde el volcán.
Barrancos grandiosos, tímidos, anchos, cortos, profundos,
casi llanos. Barrancos que dan fe de una vida tan extensa que frente a ella
somos como pétalos al viento.
Barrancos de los guanches, de los cabreros, de las mujeres
lavando en los charcos, de mi infancia lluviosa. Barrancos que hablan, que
cuentan, que cantan. Barrancos que me alargan la existencia.
Texto y foto, Virgi
Fotos también de Manolo, un muy querido ex alumno.