sábado, 30 de noviembre de 2013

Leer, leer, leer (XX)



Empeñada en desentrañar una trama original y fantasiosa, donde la irrealidad se hace más palpable de lo que desearíamos y menos lejana de lo que creemos, me olvidé del mundo durante dos ratos que se me hicieron cortísimos. Quizá esa ansiedad no habrá sido lo más conveniente para leer entre líneas las numerosas y contundentes frases, que como quien no quiere la cosa, va enhebrando el autor en la historia.
Un joven, especialista en recoger datos meteorológicos, arriba a una pequeña isla perdida en el hemisferio sur. Viene de ser revolucionario en Irlanda y necesita un tiempo de paz y reflexión. No tendrá nada de eso, ya la primera noche aparecen unos seres extraños y peligrosos que le darán la vuelta a sus planes y de los que sólo con la complicidad de un hosco farero podrá defenderse.
 



La novela atrapa desde el principio, rápida, rápida, y el joven en su enfrentamiento con los “otros”, ha de entenderlos y hasta quizá, aceptarlos.
Alberto Sánchez Piñol (Barcelona, 1965, Premio Ojo Crítico 2003) nos hace galopar de una punta a otra de la isla, sin dejar de lado pensamientos, sexo, supervivencia, misterio, suspense, mientras el faro, vigía, castillo y útero protector, alumbra únicamente los contornos del islote.






El escenario es tenebroso, sin horizonte posible, una especie de locura interminable donde todo nos parece improbable y a la vez posible. Un encuentro de ambas posibilidades donde un tercer personaje, distinto, sensual, frío y más cercano de lo previsto,  nos conduce al plano de los sentimientos y a la incoherencia de nuestras emociones y deseos en situaciones límite. El afán que normalmente nos lleva a ponernos del lado del protagonista, cobra aquí una fuerza mayor, sin que podamos despejar las incertidumbres que sufre una y otra vez, atrapado en una madeja donde los hilos nos muestran principios y finales distintos a los esperados.
Relacionada, para mí, con Shutter Island, Robinsón Crusoe o El corazón del bosque, La piel fría me ha producido esa deseable sensación de querer y no querer acabarla. Ese estado casi febril que aparece tener cuando tomamos un libro y al deslizar la vista por sus primeros párrafos, ya sentimos sólo lo que le sucede al protagonista, anhelando únicamente sus deseos, soñando con él sus sueños.














Fotos y texto, Virgi