Cubiertos de oro los campos, no nos atrevimos a recoger tal tesoro, sólo a dormir sobre él.
Soñamos entonces con ciudades lejanas, delfines atravesando el cielo, estrellas marinas que iluminaban las olas, piedras de cuarzo volando cual mariposas y una lluvia de arcángeles, menudos como colibríes.
Al despertar, el oro seguía refulgiendo, pero nosotros habíamos volado con las nubes de la mañana.
Texto y foto, Virginia