sábado, 18 de diciembre de 2021

Benchijigua

 

Aunque nos venga la imagen de un barco que enlaza La Gomera con Tenerife, Benchijigua es originalmente el topónimo de un vallecito  abrigado y bucólico bajo el Roque Agando, antigua chimenea volcánica que domina una gran parte de la isla. Este roque, un pitón fonolítico que emerge con fuerza junto a otros de parecido rango, cuida con mimo este rincón, antaño tierras preferidas por los Condes de La Gomera debido a sus excelentes tierras de cultivo, regadas con aguas provenientes de los frondosos bosques cercanos.

Está catalogada la zona como Reserva Natural Integral por los numerosos valores que contiene -como algunas especies endémicas en peligro- pero aunque no conozcamos ninguna, nos bastaría con la imagen idílica que nos regala nada más ir bajando por la pista de tierra mientras zigzagueamos entre rocas, pinos, palmeras y monte verde. Benchijigua tiene una atracción innegable, solo tenemos que ver las casitas zanquiadas aquí y allá, un antiguo galpón que en un tiempo fue venta y bar, una presa más abajo, la ermita de San Juan con una era cercana, las terrazas de cultivo casi todas abandonadas y el verdor del valle cubriéndolo todo.

Actualmente se ve el caserío renovado, preparado para estancias de extranjeros que quieren pasar unos días en medio del trinar de los pajarillos, el rumor de algún manantial cercano y el ulular de los pinos en la noche silenciosa. Y digo extranjeros porque suelen ser ellos los que valoran nuestros paisajes, echándose a los caminos solo por recorrer los preciosos senderos que tiene la isla, para luego buscar albergue en alguna de las viviendas tradicionales canarias, casi todas de reciente restauración. Albergue que les servirá para echarles el ojo a unos muros abandonados y que en nada convertirán en una casa bien coqueta, adornada con magarzas, escobones o tajinastes gomeros. El ojo de los extranjeros no suele ser el mismo que el de los canarios que, o bien obviamos la belleza de la sencilla arquitectura de nuestros antepasados, o la transformamos con balaustres, amplios garajes, balconadas ventosas, césped imposible, enroscadas verjas.  

Y precisamente Benchijigua pertenece a la firma noruega Olsen y Cía.,  familia afincada en Tenerife desde principios del siglo XX, y andando el tiempo, dueños (después de diversas vicisitudes largas de explicar) de toda la lomada de Tecina y otras extensas propiedades en el sur de La Gomera. Entre ellas, el  lugar al que nos referimos, con un rico manantial que las ha dotado del agua necesaria para sus proyectos agrícolas y más tarde turísticos. Así que Benchijigua, de nombre aborigen, palmerales ondeantes que abrigan el caserío de postal y de portal, es gomero y extranjero, lo que no quita para que, por fortuna, podamos regodearnos en uno de los paisajes más genuinos de la isla colombina.

He leído que a mediados del s. XVIII tenía unos diez vecinos, ahora los que tiene serán los que pernoctan en las casas restauradas, esos que vienen de Chequia, Alemania o Austria, con la ilusión de pasar unos días bajo el manto protector del roque. Dispuestos a subir y bajar los tajos profundos que surcan la isla, como el aledaño Barranco de Guarimiar, escalar La Fortaleza o humedecerse entre las frondas de la laurisilva.

La belleza de Benchijigua atrae desde antiguo al poder y los negocios, esperemos que su nombre ancestral la proteja de la especulación o el deterioro. Al menos el imponente Agando vigila como el mejor de los guardianes.

 

 Texto y fotos, Virginia