miércoles, 9 de enero de 2019





Castillo de Salobreña, sobre un peñasco al que en tiempos antiguos llegaba el mar. Fortaleza en el s. X, aún conserva curiosidades de esa época, como trozos de un palacio nazarí y otra huellas de usos posteriores, ya que fue reformado por musulmanes y cristianos. La vista alcanza toda la vega, picos nevados de Sierra Nevada y en días claros se puede divisar también la costa africana. A sus pies, chirimoyas, plátanos, mangos, aguacates, regalos tropicales de la costa granadina.
















Entre las piedras y los ladrillos del castillo, contemplando el verdor de los campos, pensaba en los remotos tiempos de conquistas y reconquistas, luchas encarnizadas por pedazos de territorio, por religiones, por odios intrascendentes, por maneras distintas de pensar. 


Alongada entre las almenas volví a sentir cuán poco hemos evolucionado, a pesar del móvil en el bolsillo, la tableta bajo el brazo y el coche eléctrico esperando junto al foso.



Yo enredada en esos pensamientos, y allá arriba, bien tranquilas, nubes pachorrudas que ya lo han visto todo, cruzaban indolentes, para qué preocuparse por las estupideces terrenales.











Texto y fotos, Virginia