Llegamos al mediodía, nadie nos recibió, sólo vimos unos gatos echados a la sombra de un pequeño olivo, en una esquina del patio.Nos pareció una fortaleza de alguna película, un decorado reciente esperando por el rodaje.
Al atardecer, de los huecos comenzó a salir un rumor musical, una canción ininteligible pero de una placidez asombrosa.
Pasó la noche, seguimos sin ver a nadie. La soledad también nos acompañó al amanecer y, mientras recogíamos nuestros pertrechos, los gatos se asomaron a los huecos, maullando tan angelicalmente que supimos eran sus voces las que habíamos oído. Seguramente eran ellos también los que cuidaban del lugar, por algo se llamaba el Castillo de los Gatos.
Texto y foto, Virginia
Fortaleza en Túnez